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El antiguo jefe de Nestlé Peter
Brabeck-Lemathe, afirmó en el 2005 que el agua no debería ser considerada un
derecho humano, sino que el contrario, el agua debería venderse siempre. Sus declaraciones fueron
alarmantes e inquietantes que impactaron al mundo empresarial en aquel año;
aunque del contexto que vivimos en la actualidad se podría, de cierta manera,
darle la razón a sus declaraciones; pues el 98% del agua potable se
desperdicia.
Pero algunos años han pasado y la
estrategia de Nestlé parece encaminarse precisamente a la privatización y
comercialización de los bienes más preciados para la gente.
Actualmente, Nestlé es una
empresa cazadora que cuando encuentra una región económicamente débil, compra
un terreno que tiene un buen sembradío y una buena fuente de agua y luego
negocia con los gobiernos locales, quienes ven con buen ojo la inversión
extranjera, nuevas fuentes de empleo y por ende, una riqueza local. Sin
embargo, el problema es que no existe esa riqueza local, pues eventualmente las
fuentes acuíferas se sobre explotan y entonces Nestlé simplemente su muda con
sus operaciones a otra parte.
Entonces, ¿los gobiernos locales
no deberían limitar la cantidad de agua y los acuíferos de los que Nestlé puede
disponer?
Probablemente en el mundo ideal
sí, los millones que la compañía extrae diariamente permitirá un abasto
suficiente para el pueblo o ciudad donde se establece, su forma de operación no
sería tan criticado. Sin embargo, las negociaciones de
Nestlé cada día son más exageradas pues la compañía solo paga $3.71 dólares por
cada millón de litro que extrae de los mantos freáticos, contraponiéndose con
los $2 millones de dólares que se embolsa después de embotellarla y venderla al
público.
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