jueves, 5 de diciembre de 2013

NESTLÉ: UN MONSTRUO CORPORATIVO MUY NOCIVO PARA EL PLANETA.

En la actualidad estamos rodeados de una galería de monstruos corporativos, Nestlé amenaza con convertirse en el primer vampiro acuífero del mundo; a pesar de que la compañía suiza tiene una imagen muy familiar y cercana a los consumidores su abuso desproporcionado de los recursos naturales podría desbancarla de su concepto líder.

El antiguo jefe de Nestlé Peter Brabeck-Lemathe, afirmó en el 2005 que el agua no debería ser considerada un derecho humano, sino que el contrario, el agua debería venderse siempre. Sus declaraciones fueron alarmantes e inquietantes que impactaron al mundo empresarial en aquel año; aunque del contexto que vivimos en la actualidad se podría, de cierta manera, darle la razón a sus declaraciones; pues el 98% del agua potable se desperdicia.

Pero algunos años han pasado y la estrategia de Nestlé parece encaminarse precisamente a la privatización y comercialización de los bienes más preciados para la gente.

Actualmente, Nestlé es una empresa cazadora que cuando encuentra una región económicamente débil, compra un terreno que tiene un buen sembradío y una buena fuente de agua y luego negocia con los gobiernos locales, quienes ven con buen ojo la inversión extranjera, nuevas fuentes de empleo y por ende, una riqueza local. Sin embargo, el problema es que no existe esa riqueza local, pues eventualmente las fuentes acuíferas se sobre explotan y entonces Nestlé simplemente su muda con sus operaciones a otra parte.

Entonces, ¿los gobiernos locales no deberían limitar la cantidad de agua y los acuíferos de los que Nestlé puede disponer?

Probablemente en el mundo ideal sí, los millones que la compañía extrae diariamente permitirá un abasto suficiente para el pueblo o ciudad donde se establece, su forma de operación no sería tan criticado. Sin embargo, las negociaciones de Nestlé cada día son más exageradas pues la compañía solo paga $3.71 dólares por cada millón de litro que extrae de los mantos freáticos, contraponiéndose con los $2 millones de dólares que se embolsa después de embotellarla y venderla al público.

Queda claro que comprar agua embotellada no solo genera un excedente extra de basura que probablemente terminará en el mar, sino que contribuye a que compañías que navegan con banderas “socialmente responsables” se enriquecen a costa de los recursos no renovables del planeta.

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